El teatro "en verso" - María Guerrero - José Echegaray, Jacinto Benavente y Benito Pérez Galdós

 


En nuestra clase del pasado 20 de enero, abordamos, tras las variedades del teatro musical, el denominado "teatro en verso". 

El teatro a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX era, en palabra de Andrés Peláez "el termómetro de la cultura" en España. En un tiempo en el que el cine aún no había aparecido excepto como una curiosidad, un medio de posibilidades que apenas se intuían. El entretenimiento masivo seguían siendo los escenarios en múltiples géneros y calidades. 

Cada teatro tenía su tertulia o parnasillo y aunque en Madrid se estiman unos 200 teatros y cafés teatro, el denominado teatro en verso o teatro "serio" se escenificaba en los espléndidos teatros de el Español, el Teatro de la Comedia y el de la Princesa (ahora, María Guerrero). 

Este teatro "en verso" tenía algunas peculiaridades, por ejemplo el del Siglo de Oro se representaba en adaptaciones y no tenía demasiada estimación por parte del público. Las obras contemporáneas, escritas por autores vivos, estaban cambiando, de melodramas románticos a tramas con asuntos de su tiempo y preocupaciones de los hombres y mujeres de la época. Benito Pérez Galdós afirmaba que si bien la novela se había modernizado los textos teatrales aún no lo habían hecho y era urgente que lo hicieran para atender a los nuevos públicos, especialmente la burguesía. 

Además de los textos, las mejoras técnicas, que incluían la iluminación eléctrica daba nuevas posibilidades escénicas y en lo que se refiere a la interpretación, la denominada "romántica", según Andrés Peláez, estaba cuestionada en favor de la naturalista, de un "naturalismo elegante". Teodora Lamadrid fue una de las grandes profesoras de declamación de esta manera mucho más natural y cotidiana de enfrentar un texto teatral. 

Si cupletistas y sicalípticas se ayudaron de las postales y grabaciones para darse a conocer y crear figuras internacionales que actuaban desde Rusia a Hispanoamérica, Francia, Alemania o Londres; las actrices del denominado "teatro en verso" lo hacían de otra manera. Sus postales no tenían el atractivo de la Bella Chelito o la Fornarina y las grabaciones de las obras no tenían sentido.

Ellas promocionaban sus actuaciones paseando, vestidas como después las verían en los grandes teatros madrileños, a las puertas del bar Chicote y la gran terraza del Café Granja Henar, en Gran Vía y Calle Alcalá, respectivamente. 

Como curiosidad, en esta misma ciudad, y en tiempos de Lope de Vega, de los corrales de comedia, las actrices tenían prohibido pasear por la calle vestidas con sus ropas de escena. 

Otra manera de saber cómo habían resultado los estrenos y cómo habían interpretado sus papeles era a través de los artículos en los casi seis mil periódicos que se editaban a principios del siglo XX en España que,  aunque aún carecían de una crítica teatral solvente fueron otra forma de publicitar obras y actrices.

En esta dinámica renovadora en múltiples aspectos de los escenarios surgió la gran actriz María Guerrero Toroja.

Su familia, de clase media con buenas relaciones en las clases altas, y en especial su padre Ramón Guerrero, ebanista y por así decir, escenógrafo; fueron un ambiente inmejorable para que su vocación fructificara. 

Aunque seguimos careciendo de una buena biografía de María Guerrero, según los especialistas parece que desde pequeña, Ramón Guerrero comenzó a encauzar su vocación. En lugar de que asistiera al típico colegio de monjas, la matriculó en San Luis de los Franceses, en el que recibiría una educación algo más afín a la pedagogía francesa. Según parece, se le enseñó bien francés y también piano, arpa y canto. Materias que en un principio toda niña de su clase social recibía pero que apenas iban más allá "del adorno".

Cuando abandonó el colegio, a los 15 años, asistió a clases con Teodora Lamadrid tanto en el Conservatorio como reforzadas en horas particulares y debutó, a pesar de que Lamadrid opinaba que era mejor esperar a estar mejor preparada, en 1890 con una obra de Tirso de Molina, El vergonzoso en Palacio.

María Guerrero quiso renovar todo lo que se escenificaba y sus logros fueron impresionantes: apagó la luz a los espectadores para que centraran su atención en la obra y no en verse unos a otros. Su interpretación consolidó definitivamente la escuela naturalista y recuperó el Teatro clásico, del siglo de Oro al siglo XIX e hizo abonos, los lunes clásicos y los viernes de “moda”, dedicando un día a los estrenos.

Los dramaturgos más famosos del momento escribieron obras para ella, desde José Echegaray a Jacinto Benavente o Benito Pérez Galdós. Realizó giras por Hispanoamérica, alquiló el Teatro de la Princesa convirtiéndose en empresaria y tuvo su propia compañía. El vestuario tuvo con ella, la obligación de ser de su tiempo, María acudía al Museo del Prado para inspirarse en el diseño de los trajes y ser fiel a la época representada como ocurriría en La dama boba de Lope de Vega.


En 1896 se casó con Fernando Díaz de Mendoza, un actor que si bien no era de gran valía, fue un excelente relaciones públicas según Andrés Peláez. Su vida, con este matrimonio, estuvo inmersa tanto en su faceta profesional como en la privada de manera absoluta en el teatro. El matrimonio tuvo dos hijos, Carlos y Fernando.

Fernando tras una relación con Carola Fernández Gómez, una actriz de la compañía, sería el padre del actor Fernando Fernán Gómez.  

María Guerrero falleció en 1928 y su entierro fue multitudinario, la consternación de los madrileños fue tal que se echaron flores desde una avioneta sobre el féretro.

“María la Grande”, “Mari-Guerri” o Divina artista fueron algunos de los sobrenombres con los que se la conoció. 




Ser actriz en el Madrid Teatral- Del 7 de octubre al 3 de febrero.

Profesora, Maribel Orgaz

El curso está completo






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