Antes de nuestro Siglo de Oro (siglos XVI y XVII) hay un período, el denominado Renacimiento que permite a los autores dramáticos dar significado a la vida cotidiana de una manera que sólo un profundo cambio de mentalidad y sensibilidad, en resumen de época, permiten.
Durante la Edad Media, la Iglesia escenifica algunos de sus principales acontecimientos: el nacimiento de Jesús, la Anunciación, etc. de manera teatral. Los especialistas no han llegado a un acuerdo sobre qué da origen a qué: el teatro profano al religioso o el religioso al profano cuando la tradición grecolatina parecía haberse olvidado. Para algunos, la Iglesia toma prestados recursos teatrales porque su objetivo era presentar ante la cristiandad de la manera más bella posible, la grandeza de Dios. Por tanto, su teatro no sería una derivación de la tradición profana sólo se serviría de algunos aspectos.
Recuperar las tragedias griegas y las comedias romanas que pertenecían a un mundo pagano, según otros filólogos e historiadores, no era bien visto por la Iglesia y apenas pervivió en los juglares y espectáculos menores en calles y plazas. Mientras, el teatro cortesano, la nobleza, escenificaría sus bailes y representaciones domésticas o momos también al margen de la gran tradición clásica.
En síntesis, el teatro recupera su papel social cuando la religión deja espacio a una nueva manera de conocer el mundo, el que propone la ciencia. La filósofa Amelia Valcárcel lo explica en esta conferencia (11´15). Cuando las luchas entre protestantes y católicos cesaron, hubo que buscar nuevas bases de convivencia porque la religión, que nos había unido a todos los cristianos, se había utilizado para enfrentarnos.
Filósofos, artistas y escritores necesitaban renovar su mirada sobre lo que les rodeaba y esto permitió que el hombre y la naturaleza, su realidad, su vida cotidiana, suscitaran interés y surgieran muchas preguntas para las que hubo que buscar nuevas respuestas.
El teatro, como cualquier otra manifestación cultural, no fue ajeno a ello. El origen del cambio en los escenarios surgió en Italia con la llamada Comedia del Arte, un teatro popular que se irradió a toda Europa.
A España llegaron compañías italianas y muy pronto tenemos nuestros primeros dramaturgos inspirados en esta gran revolución teatral como fue el caso de Lope de Rueda al que se le atribuye la creación de la primera compañía de teatro profesional español. Es decir, compañía estable y el paso del mecenas a un público que pagaba entrada. Rueda, además, era autor y compuso pequeñas obritas cómicas denominadas entremeses o pasos que hoy en día se siguen representando.
A la par que este teatro popular comenzaba a difundirse, Madrid se convirtió en la capital del reino y si a finales del XVI se estimaba su población en 85mil habitantes, similar a las ciudades de Florencia, Palermo, Amberes, Bolonia o Lisboa; en 1630 contaba con 130mil habitantes.
Esta gran población, en cifras de su época, permitirá un público amplio y estable para que las compañías dejen de ser itinerantes y tengan sus propios espacios escénicos, los corrales de comedia.
En este período anterior al Siglo de Oro, seguían existiendo las itinerantes, los cómicos de la legua como se les conocía. Probablemente, ellos son los continuadores de juglares y titiriteros medievales. Eran compañías minúsculas que en ocasiones tenían que echar mano de los jóvenes de algunas poblaciones para la representación porque no tenían actores suficientes. Se conservan también algunas advertencias sobre quiénes, en ocasiones, las formaban:
“Suelen estar en las compañías no permitidas hombres delincuentes y frailes y clérigos fugitivos; y de andar de unos lugares en otros, se esconden de las justicias, viviendo con grandes desórdenes y escándalos”, 1647.
Sin embargo, y pese a esta época de precariedad de medios, y dejando a un lado el teatro religioso y el cortesano, a finales de mil quinientos se tiene constancia y por una prohibición, de que las mujeres actuaban de manera habitual en los escenarios del teatro popular.
En 1545 se celebró el
Concilio de Trento y a consecuencia de sus indicaciones para rectificar el mal comportamiento de muchos cristianos, se solicitó a Felipe II crear una
Junta de Reformación. Según el historiador Ignacio Ezquerra Revilla, lo que se pretendía con ella era una toma de poder, de llevar a cabo un control social por alguna de las facciones que se disputaban su prevalencia en torno a la corona. Éste sería su verdadero fin.
La Junta, además de ocuparse de diferentes asuntos, prohibió taparse el rostro a las mujeres, las llamadas
tapadas, porque ocultas daba pie a un mal comportamiento, también se prohibieron las obras de teatro en los conventos porque las monjas abandonaban su hábito para vestirse con ropas de calle y, como norma general, que las mujeres actuaran.
La prohibición de esta Junta de Reformación en 1586 de mujeres en el escenario, curiosamente visibiliza la primera unión de actrices para defender su profesión. El 20 de marzo de 1587 y lo harán hasta cuatro veces, 14 actrices encabezadas por Mariana Vaca y María de la O presentan un escrito ante el Consejo de Su Majestad y alegan:
“(…) por haberles prohibido que no representen padecen mucha necesidad, y las conciencias suyas y de sus maridos están en peligro por estar ellas ausentes, y (…) los dichos sus maridos traen muchos muchachos de buen gesto, y los visten y tocan como mujeres, con mayor indecencia y más escándalo que ellas causaban”.
El argumento definitivo para eliminar este sinsentido parece ser el económico. Los cómicos, actores y autores dramáticos habían formado cofradías que en 1631 se fusionaron en una sola, de la Virgen de la Novena en la
Parroquia de San Sebastián que aún celebra en su nombre, una misa todos los meses. Estas cofradías dedicaban buena parte de la recaudación a la caridad: vestir pobres, atención hospitalaria, comedores, etc. Cuando las mujeres fueron sacadas de escena, el público dejó de acudir a las representaciones y la recaudación se resintió tanto que se hubo de eliminar la prohibición.
De este período, anterior al Siglo de Oro, aún necesitamos mejores investigaciones pero algunos datos están contrastados: las actrices, según la historiadora Carmen Sanz Ayán, podían actuar siempre bajo la tutela del padre hasta los 14 años y a partir de los 15 ya casadas, bajo la del marido. Se les prohibía ir vestidas de comedia por la calle y su procedencia era o bien porque era el oficio de su familia como la gran actriz
Manuela Escamilla o eran criadas e incluso compradas como esclavas.
En Madrid había mercado de esclavos hasta 1837 en la plaza Mayor y frente al palacio Real aunque la mayoría de este comercio se hacía de manera privada, un amo vendía directamente esclavos a otros particulares.
Los
corrales de comedia, de los que que en Madrid hubo al menos seis aunque lo más importantes fueron el de la Pacheca, el de la Cruz y el del Príncipe, abrían sus puertas al mediodía y cerraban al anochecer. En España se conservan dos, en Almagro (Ciudad Real) y en Alcalá de Henares (Madrid). El Teatro Español era antes el Corral del Príncipe, y según parece, sería, entonces, el coliseo de actividad teatral continuada más longevo de toda Europa.
Actrices, actores y autores tenían también un punto de encuentro, el
Mentidero de Representantes, en la calle León en el que hoy en día una placa recupera su memoria. Si se quería contratar a una actriz, saber cómo fue algún estreno o cualquier aspecto de la profesión, éste era el mejor lugar para enterarse. Sin duda, el mentidero fue el antecedente de los cafés.
En lo que se refiere a las obras, hoy en día parece inconcebible la duración y la interrupción que tenía cada uno de los actos de las mismas, en los que se intercalaban entremeses, cantos, bailes y un cierre apoteósico ruidoso y alegre.
Las actrices, cuya presencia en el escenario es plena y numerosa en 1640 según Sanz Ayán, eran más conocidas por sus motes que podían ser
familiares o por un rasgo físico. Desde María l
a Portuguesa, Francisca (López),
Guantes de ámbar; María de Quiñones,
la Mala; Antonia Francisca de Morales,
la Guinda; Mariana de Velasco,
la Candada; Magdalena López l
a Camacha; a Jusepa López
la Hermosa. La profesora Mimma de Salvo ha elaborado una
lista exhaustiva de todos ellos
.
Para finalizar nuestra clase, leímos
el pleito de la actriz Mariana de Rueda que tras servir a Gastón de la Cerda, III Duque de Medinaceli, desde 1546 hasta 1552, fue despedida por el sucesor del Duque sin pagarle lo que había apalabrado con Gastón. Lope de Rueda, que afirmó estar casado con Mariana sin que hasta ahora se haya hecho una investigación concluyente, se unió o ayudó a Mariana pleiteando contra estos señores, y consiguieron cobrar lo que se adeudaba.
Actrices y actores, siempre en el punto de mira de la Iglesia y los moralistas, se atrevieron a enfrentarse a un todopoderoso, a un gran señor de su tiempo y obtener justicia. Quizá un buen indicador de la propia consideración y valía que entre la profesión acababa de comenzar y cómo la liberación del mecenazgo propició una libertad inconcebible hasta entonces.
Ahora la actriz y el actor no dependían de los favores de un poderoso, si no de ser queridos y apreciados por un público.
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