El teatro en la Ilustración, la Tonadilla - Moratín - La Caramba; María Ladvenant, La Divina y María del Rosario Fernández, La Tirana

 

En el siglo XVIII hay una revolución teatral que incluye la manera de actuar, la formación de actrices y actores, las obras que se van a representar, la puesta en escena y el nuevo papel de combate exigido al espectáculo teatral.

Si 1700 es, simplificando, el siglo de la Ilustración, esto se traslada también a la manera en la que se considera el teatro, al que se le va a exigir que eduque, que combata la oscuridad y la sinrazón, que se sume al esfuerzo de los ilustrados por lograr sociedades más educadas y prósperas. 

El entretenimiento sin rival durante cuatrocientos años, desde el siglo XVI hasta la llegada del cine, evoluciona en complejidad a la par que las sociedades en las que se desarrolla. 

En 1700, el público teatral madrileño, y el de toda España, aunque debido a la presión de los moralistas y eclesiásticos, sólo continuará sin alteraciones en Madrid, Cádiz, Valencia y Barcelona va a exigir además de Lope y Calderón, dramaturgia francesa, a Moliere y Racine. 

Este siglo trae también, una duda acerca de la manera en que nuestras actrices y actores representaban sus personajes y plantea, por decirlo de una manera sencilla, si un papel ha de sentirse o sólo interpretarse. Hasta María del Rosario Fernández, La Tirana, actrices y actores aprendían en las tablas su profesión, siguiendo las tradiciones, pero en el siglo XVIII y debido a la influencia de Francia, comienzan a abrirse las primeras escuelas de interpretación a imitación francesa.

Si en nuestros corrales de comedia no se abandonaban los modales de maja o se declamaba de manera altisonante, ahora comienza lentamente, a imponerse una manera más natural de interpretar que exige también, saber leer y escribir y dar matices a los papeles porque se pasa del tipo (el barbas, el joven galán) al personaje. "Hacer reír sin ser soez", Emilio Cotarelo, crítico e historiador de teatro.

Si Lope de Vega dio paso a Calderón de la Barca, fue Leandro Fernández de Moratín el dramaturgo más interesante de todo este tiempo. Frente a las más de 400 obras que se conservan de Lope o las 200 que escribió Calderón, Moratín ocupa un lugar destacado por una obra, el Sí de las niñas. Si bien es autor de cuatro títulos más y dos adaptaciones de obras francesas, esta comedia de un matrimonio de edad desigual, entre una joven de 16 y un hombre de 59, fue un éxito absoluto en un tiempo en el que se estrenaba cada 3 ó 4 días, y permanecer 9 días en cartel era un hito.

El Sí de las niñas llenó el corral de comedias 26 días seguidos y hubo de cesar por ser Cuaresma, el tiempo en el que los teatros cerraban sus puertas, acudieron más de 37.000 espectadores "y fue así porque las mujeres acudieron en masa a verla, sintieron que hablaba de ellas”, René Andioc. En un Madrid de apenas 120mil habitantes. 

Moratín ocupó cinco días el cargo de Director de los teatros del reino, al darse cuenta de que no podría hacer ninguna de las reformas que él creía necesarias para mejorar las representaciones teatrales. Está considerado además, el primer director de escena: estaba presente en los ensayos, exigía que se hicieran más de dos veces (lo habitual era un día para leer el texto, otro segundo día para repasar) y que el texto se respetara en lugar de improvisar. Esto exigía saberse bien el texto cuando nuestra tradición era de actrices y actores analfabetos que memorizaban sus papeles leídos por el apuntador, Fernando Doménech, profesor de la RESAD

Moratín fue también, el primer lector español y traductor de Hamlet (1798) y el primer autor en abandonar el verso para escribir su obra en prosa, Domenech.

En lo que se refiere a las piezas que se intercalaban entre los actos de la función principal en nuestros corrales de teatro triunfaba en el 1700 la tonadilla que se hizo cada vez más extensa y compleja hasta denominarse escénica. 

Y la mejor tonadillera de su tiempo fue la sevillana La Caramba, María Antonia Vallejo que, al igual que una estrella de la canción de nuestro tiempo, dio que hablar por su matrimonio que duró un mes y volvió a las tablas cantando que había resucitado, por sus quejas de que el compositor de la compañía Martínez en la que ella estaba, no hacía buenas tonadillas, no le gustaban al público y se veía obligada a cantar las de siempre. Elegante, adorada por la terrible mosquetería, puso de moda un peinado vistoso y coqueto, un moño con cintas de colores.

María Antonia concluyó de manera abrupta su vida profesional al refugiarse en una iglesia un día de lluvia, tener una revelación y abandonar las tablas para ser, hasta su fallecimiento, dos años después, una beata. 

La tonadilla, en la que la Caramba reinó sin competencia era una exigencia tremenda para un compositor ya que cada temporada, de forma desmesurada firmaba la obligación de componer 62 tonadillas nuevas. 

Fue inevitable que al hacerse cada vez más largas y complejas, casi entremeses cantados, comenzaran las dificultades para tener tanto ingenio y abastecer a una compañía año tras año de tonadillas nuevas.

 La Junta de Teatros redujo el trabajo a 40 piezas porque si bien, los apasionados de las actrices les regalaban tonadillas compuestas por ellos, la Junta no podía confiar en que esta generosidad completara la demanda incesante del público que incluía, al ser escenas cantadas, que trataran temas de actualidad y asuntos que el público general conocía, desde personajes históricos a su vida cotidiana.

En lo que se refiere a las actrices, dos son las más relevantes en Madrid durante este siglo: María Ladvenant y María del Rosario Fernández, la Tirana. 

María Ladvenant, La Divina que era hija de la comedia, además de gran actriz, tuvo la osadía, porque puede calificarse así, de solicitar a la Junta de teatros ser autora [directora de compañía en aquella época] con 21 años. 

Los autores de comedia lograban este puesto tras muchos años de experiencia y Ladvenant que recibía muy buenas críticas como actriz: "interpreta bien el drama y lo jocoso, aprende fácilmente música y canta con destreza”, vio como sus compañeros de profesión se opusieron a sus pretensiones.

Pese a todo, obtuvo el puesto y su profesionalidad fue reconocida pero las presiones eran tan fuertes que decidió en 1765 retirarse. Si bien la Junta de teatros admitió su decisión, cuando se la sustituyó rápidamente, debió reconsiderarlo e intentó volver a actuar. El resultado fue una orden de encarcelarla, una medida habitual con los cómicos a los que se llevaba a la cárcel por no querer aprender papeles nuevos, por contestar desabridos a requerimientos de la Junta o por cualquier otro motivo que no era más que dilatar una toma de decisión sobre cómo resolver un conflicto entre ellos y la Junta, Cotarelo.

Ladvenant volvió con éxito al corral de comedias pero fallece muy joven y hay sospechas de que murió envenenada, ya que enfermó repentinamente del estómago y los síntomas que en su día se describieron hacen sospechar que quizá no fue una muerte natural.



Nuestra segunda actriz emblemática del 1700 fue retratada dos veces por Francisco de Goya, María Rosario Fernández, llamada la Tirana porque su marido, Francisco Castellano, con quien se casó a los 14 años y que era mucho mayor que ella, era conocido en su profesión como El Tirano.

María Rosario no era hija de la comedia, aunque quizá su destino fueron las tablas porque su padre tenía ambiciones y no dudó en casarla con un cómico y ella muy pronto le superó en éxito. Éste asistía a la primera escuela de actores española, la de Pedro Olavide en Sevilla y quizá ella aprendió allí el oficio. No se tiene la certeza de que fuera alumna. En la escuela se enseñaba a leer y a escribir, además de la actuación a la manera francesa, esto es, ante todo, naturalidad. Tras su paso por los Teatros de los Reales sitios, que al ser disueltos les obligó a trasladarse a Barcelona, María Rosario fue reclamada por la Junta de Teatros de Madrid que tenía la potestad de reclamar actores de toda España excepto de los reales sitios.

María Rosario, que llegó a Madrid sin su marido, triunfó en los corrales madrileños y puede afirmarse que es la primera actriz que adoptó la corriente francesa de naturalidad, "susurraba su papel", afirmaban en la época. Ella representa la confirmación de una nueva manera de actuar y una mujer que creía que su trabajo merecía el mismo reconocimiento que el de sus compañeros. 

En 1758 escribe a la Junta de Teatros exigiendo también la gratificación que se había dado a los actores pero no a las actrices y argumenta: “he gastado 40mil reales en trajes, otras tienen maridos o padres y yo estoy sola y Madrid es el mismo [para todos]”.

Cuando Francisco Castellanos, su marido, sabe que ella triunfa en Madrid abandona Barcelona y comienza la época más oscura de la actriz. A pesar de pagarle sus deudas, de que se le busca un trabajo para que tenga una remuneración, Castellanos vende la ropa y las joyas de la actriz para que no pueda actuar, escribe a la Junta para que no siga siendo autora y entabla un proceso de divorcio alegando adulterio.

Este proceso, en el que ella a su vez, solicita el divorcio alegando lenocinio, marca un antes y un después en la vida de María Rosario. Ella "que había triunfado con gran trabajo", según el historiador José María Martín Valverde, después de vomitar sangre en una de sus actuaciones solicita retirarse como cobradora de lunetas. "El proceso del marido merma su salud y acaba con su carrera", Martín Valverde.

UP Miguel Delibes - Alcobendas

Ser actriz en el Madrid Teatral- Del 7 de octubre al 3 de febrero.

Profesora, Maribel Orgaz

El curso está completo






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