El siglo de Oro - Actrices profesionales - La Baltasara

 


En nuestra clase anterior abordamos el momento previo al esplendor del Teatro en el Siglo de Oro, un tiempo nuevo, de gran éxito de público y económico, en el que compañías y actores estaban profesionalizados.

El denominado Siglo de Oro, desde 1600 hasta 1700 aproximadamente, es un período fascinante al que poco a poco, se añaden nuevos datos porque se amplían todas las áreas de estudio que apenas han sido consideradas hasta 1980, afirmaba en una conferencia Francisco Sáez Raposo de la Universidad Complutense. Y uno de los que yacían en la negligencia del olvido era todo lo referido a las actrices y los actores. "Excepto anécdotas". 

En 2008 se publicó el monumental trabajo Diccionario biográfico de actores del teatro clásico español, coordinado por Teresa Ferrer Valls catedrática de Literatura Española en la Universidad de Valencia. Hasta entonces, en palabras de Sáez Raposo, a los historiadores sólo les interesaba "lo culto" y los actores y actrices no eran significativos para este concepto y además, por su trabajo, "efímeros". 

Los grandes dramaturgos como Tirso de Molina, Lope de Ruega o Lope de Vega, sí habían recibido la atención del establishment académico pero no Francisca Baltasara de los Reyes, Maria Alvarez de Toledo, “la Perendenga”, María Navarro, Josefa Lobaco o María Riquelme, por citar algunas de ellas. Sáez Raposo.

Sin embargo, desde 1980 se ha comenzado un enfoque más amplio y justo con las mujeres y los hombres que hicieron posible el tiempo de mayor esplendor en las artes escénicas. Lope de Vega escribió el papel de Nise, en la Dama boba, para su amante, Jerónima de Burgos o El sembrar en buena tierra para Lucía de Salcedo. Cada vez se tiene más certeza, afirmaba Sáez Raposo, de que el mito fundacional del Don Juan y varias obras atribuidas a Lope de Vega o Tirso de Molina fueron escritas por el actor Andrés Claramonte.

La capital del reino, Madrid, tenía en 1630, unos 130 mil habitantes, dos corrales de comedia estables: el del Príncipe y el de la Cruz, más de 60 autores escribiendo obras de teatro, estrenos cada 3 ó 4 días, y una profesionalización de la escena que nada tenía que ver con los siglos anteriores.

Las actrices y actores firmaban contratos detallados que establecían multas por no acudir a la hora del ensayo, dos reales, o si abandonaban el ensayo sin justificar, un real. Cobraban aunque se pusieran enfermos, tenían su propia cofradía, un mentidero como punto de reunión para contratar o intercambiar información sobre la marcha de los estrenos o novedades de su interés; y habían desterrado, en lo que se refiere al teatro popular, a la figura del mecenas para sustituirlo por el de un público que pagaba entrada.

Las cifras de los honorarios de Lope de Vega dan una buena idea de lo próspero del Teatro en este siglo. El que fuera el rey de los escenarios hasta 1630 cobraba 500 reales por comedia, unos 17mil maravedíes, y las necesidades básicas se cubrían con 30 maravedíes. Ignacio Arellano, catedrático de la Universidad de Navarra.

Aunque el Consejo de Castilla otorgaba título sólo a 12 compañías, esto es que podían actuar ante el rey, en ocasiones, la distinción entre compañía que podía permanecer en una ciudad actuando y la de legua, itinerante, se difuminaba "porque Madrid no podía quedarse sin actores", Sáez Raposo, y se ordenaban traer de donde las hubiera.

Una Compañía se componía de 16 a 20 personas y tenía un repertorio de al menos, 50 comedias. El apuntador, también pintacarteles, era fundamental, porque estaba encargado de leer el papel a las actrices y actores que no sabían leer y que eran la mayoría.

El apuntador también era el encargado de hacer los carteles anunciando la obra, trámite obligatorio por las autoridades de la época, y que en Madrid tenían lugares asignados. Los carteles se colgaban la víspera por la tarde en el Corral y en otros lugares de la ciudad desde las 11 de la mañana de ese día: Puerta de Guadalajara, Plaza Mayor, Santa Cruz, y en la Plazuela del Ángel. 

Las compañías se dividían también en las de Ración y representación, en la que se pagaba ración fija todos los días y una cantidad fija por representación y el autor era el patrón. "Los mejores actores estaban aquí", ha explicado Raposo y las llamadas Compañías de parte que eran una sociedad colectiva y en las que se cobraba cuando se representaba.

Los papeles imprescindibles en las comedias eran, al menos, 1ªDama y 2ªDama, el Galán, que solía ser un joven amante, el Gracioso que solía ser el sirviente y llevaba la trama, el Poderoso, el Barbas/Viejo que representaba papeles serios como por ejemplo, el padre de la joven, los Músicos, Criados, etc.

En el apogeo de las comedias de Lope de Vega en Madrid, intentó competir en los escenarios Miguel de Cervantes con sus 8 comedias y 8 entremeses, de lo que finalmente desistió y hubo de conformarse con darlas a la imprenta, asegurando que, si bien no tuvieron éxito, al menos "no recibieron prueba de pepinos y otra cosa arrojadiza”. 

Los expertos en el Siglo de Oro coinciden en que, al mantenerse al margen del Arte Nuevo de hacer comedias, que simplificaba el lenguaje, reducía a tres actos la obra y admitía que lo narrado podía ocurrir en más de un día, con años de diferencia y en lugares diferentes; Cervantes continuaba anclado en su dramaturgia en la forma clásica o como diríamos ahora pasada de moda.

En el teatro popular, uno de los papeles en el que se especializaron algunas actrices fue el de personajes masculinos. 

Una de las primeras referencias a una mujer interpretando el papel de un hombre la tenemos en Los Malcasados de Guillén de Castro (1569-1631) y por su parte, Lope de Vega escribió más de veinte comedias con este personaje. Otros dramaturgos, también escribieron papeles de mujeres subidas al escenario como hombres. Al público masculino, según Raposo, le gustaba las ropas, más ceñidas que llevaban en los escenarios y a las mujeres porque veían a otras mujeres retando, batiéndose y escenificando la libertad de las que ellas carecían en su vida real. 

Moralistas y clérigos, que exigían al teatro ser una escuela de buenas costumbres, criticaron este gusto del público: 

Las comedias enseñaban a las mujeres «cómo han de armar traiciones a su marido», y a la doncella «a recibir billetes, a responder cartas, lo que ha de hacer en la ocasión, cómo ha de lograr la suerte: a fingir en lo público, a perder los temblores en lo secreto, a hacer llaves falsas, a buscar puertas ocultas y ventanas excusadas, a no temer la oscuridad de la noche, ni los peligros de la casa.  (…) los espectadores «salían del teatro creyendo que podían poner en práctica lo que habían visto en escena. Tratado de la tribulación. Pedro Ribadeneira. 1527-1611

Una de las actrices más famosas como primera dama de la compañía y especialmente, en papeles de hombre fue Francisca Baltasara de los Reyes, nacida en Madrid y quizá bautizada Ana Martínez.  "La Baltasara". Casada con el gracioso Miguel Ruiz, ambos en la compañía de Heredia, y cuando ella estaba en la cúspide de su fama, se baja del Corral de la Olivera en Valencia en medio de una actuación y se retira a una cueva en Cartagena a una vida de oración. El lugar es conocido como la cueva de la cómica. A esta cueva fue a buscarla Miguel Ruiz y su amante porque la Baltasara era garantía de éxito en la compañía pero, de manera sorprendente, ambos se quedan con ella en esta vida retirada.

Los datos ciertos que se tienen de La Baltasara son en realidad, muy escasos a pesar de que se han escrito tres obras basadas en su vida especulando los motivos por los que tomó esta decisión: ¿no aguantó la presión de las críticas sobre su vida disoluta como actriz?, ¿era una mujer de buena familia que al descubrirlo, se retira arrepentida?, ¿estaba cansada de su vida de cómica?



La versión oficial, explicaba Inma Chacón, autora del texto en el que se basa la versión teatral estrenada en 2021 era que todas se retiraban porque se arrepentían de sus pecados pero lo más probable es que “se quedaron desamparadas o bien por ser viudas o porque el marido tenía amantes. No tenían hijos ni red social y su única opción para no caer en la miseria era irse a un convento”. 

Sin embargo, La Baltasara había ganado mucho dinero, estaba en la cúspide de su fama, era la estrella del Corral del Príncipe y según se afirma, estaba casada con Miguel Ruiz por conveniencia para poder actuar, ya que era obligado que una actriz estuviera casada. La Baltasara tampoco fue abandona por su marido por otras amantes. 

En su vida de eremita los datos siguen siendo contradictorios. Según algunas fuentes, ella y su esposo y la amante de éste hacían representaciones en la puerta de la cueva e incluso la población le pidió y participó en la celebración del Corpus. A la cueva también fue a visitarla un noble que estaba enamorado de ella y que no logró que abandonara este retiro. La Baltasara tuvo fama de milagrera y su cuerpo fue hallado incorrupto tras su fallecimiento.





UP Miguel Delibes - Alcobendas

Ser actriz en el Madrid Teatral- Del 7 de octubre al 3 de febrero.

Profesora, Maribel Orgaz

El curso está completo





Comentarios

Entradas populares de este blog

Mimas y pantomima en la Roma Imperial y en la España romana

El Siglo de Oro español, la modernización del teatro occidental - Josefa Vaca y María Inés Calderón, la calderona

Las actrices salen a escena - Los corrales de comedia en Madrid